Tuesday, September 19, 2006

Benito Juárez y su contexto histórico

Jaime Piñón Álvarez

El historiador Francisco Bulnes, en 1904, publicó un libro en donde criticaba la participación y herencia históricas de Benito Juárez. Sumando a esto dos cargos: el de impostor que cobijó siempre su gloria con la sabiduría que emanaba de los políticos que le rodearon y; aquel que no podía faltar, el estigma de pertenecer a la raza indígena. El historiador criollo lo consideró un miembro atrasado de su raza que fue empujado, más allá de su capacidad, por el impulso de la Reforma:

Y como suele suceder con todos aquellos que quieren regañar o enterrar a los muertos para siempre, el ataque de Bulnes fue revertido con el tiempo que devolvió actualidad al acusado y porvenir promisorio a su memoria. Una gran cantidad de plumas se volcaron para rebatir a Bulnes, entre ellas las de Justo Sierra y Andrés Molina Enríquez. La celebración centenaria del natalicio de Juárez en 1906, si bien había iniciado con malos augurios dos años antes por la pluma de Bulnes, para dicha fecha se había convertido en euforia patriótica desbordada. A partir de este momento, Juárez quedó en la cúspide de nuestra memoria histórica.

La historia parece repetirse, pero los censores en turno son distintos. Unos provienen de aquella añeja tendencia de presentarlo aún como el comecuras irascible. Y, como buenos católicos, se dedicaron a quitar de los altares públicos o visibles los retratos y efigies del oaxaqueño. El busto desplazado en Nuevo León por un alcalde panista, lo mismo que el cuadro quitado por el presidente de la república, Vicente Fox, y luego trasladado de Los Pinos a la Secretaría de Gobernación, más bien parecen intentos trasnochados de exorcismo que posiciones racionales. Las pugnas ideológicas polarizadas, el prurito religioso malentendido y las incongruencias y desconocimientos de los significados históricos de nuestros procesos y de la figura de Juárez, continúan caracterizando a un gran sector de la derecha católica y conservadora mexicana.

En estas cuentas verdaderas o no, pero posibles, la figura de Juárez parecía permanecer, como dice aquella canción que nos enseñaron en la escuela primaria, como "baluarte inconmovible". Ni Maximiliano, ni mucho menos Miramón, tuvieron la estatura intelectual y la fortaleza política de Juárez. Y tan sabía la misma derecha que no contaba con un rival de tal talante, que lo único que se les ocurrió fue tratar de borrar del espacio visible aquel rostro impasible, adusto, que ni las litografías, ni los daguerrotipos, ni las fotos, ni los cuadros, ni las películas, ni las telenovelas, han podido cambiar.

Sin embargo, en plena euforia neozapatista, a la llegada de la caravana del EZLN a territorio defeño y a pocos kilómetros del Zócalo, en una madrugada fresca, conversando Marcos con Julio Scherer para Televisa y Proceso, el Subcomandante renegó también del legado histórico de Juárez:

"Consideramos que en México debe reconstruirse el concepto de nación, y reconstruir no es volver al pasado, no es volver a Juárez ni al liberalismo. No es esa historia la que tenemos que rescatar".

En una primera instancia, parecería insólita la condena, pero el sentido de la entrevista, al igual que la pregunta específica que provocó el comentario del Subcomandante, marcan el tono y la razón de la aseveración del líder zapatista. Se condena a Juárez porque se condena al liberalismo. Es el repudio al sistema liberal y al ahora llamado neoliberal por parte del EZLN, lo que hacía hablar así al vocero insurgente.

Así, el establecimiento del federalismo trastocó a los pueblos indios de México de tal manera que ni la hecatombe provocada por la conquista española es comparada con la que trajo el nuevo sistema en el siglo XIX. Los embates jurídicos, lo mismo que las rapiñas y despojos reales en contra de la propiedad colectiva de los pueblos y comunidades indígenas, en pos del establecimiento de una clase propietaria con medios de producción individual o privado, trajeron muerte y pobreza a la gran mayoría de indígenas en todo el territorio nacional.

Sí, aquí empatan en su malquerencia hacia Juárez y su grupo de gigantes tanto la Iglesia católica como los conservadores y los pueblos indios. La ley reformista de desamortización de bienes comunales les afectó a todos ellos. La embestida en contra de la organización política interna de muchos pueblos indios, en favor de un sistema político-administrativo uniforme y controlado desde las instancias gubernamentales del Estado, trajo mayor control y explotación sobre sus personas. Esto y lo anterior iba dirigido a la consolidación de un Estado moderno próspero y unitario, en donde la diversidad y la autonomía no cabían. Juárez formó parte de este empeño y con ello afectó a la primera propuesta federalista mexicana (que le daba soberanía interior real a las entidades), lo mismo que a la organización política- económica-administrativa de la gran mayoría de las comunidades indígenas.

Juárez se separó a muy corta edad de la sociedad indígena que le vio nacer. El sentido de identidad étnica nunca fue intenso en él y la acción educativa del nuevo Estado lo convenció y lo convirtió en aquello de lo que siempre estuvo orgulloso: ser ciudadano liberal mexicano.

Para Juárez, al igual que para gran parte de los políticos del siglo XIX, el horizonte promisorio del liberalismo era la única vía por medio de la cual los individuos serían mejores, prósperos y felices. Nadie buscó en los mundos supervivientes de los pueblos indios el futuro posible a edificar.

Y sin embargo, y a pesar de no haber cumplido la promesa de felicidad y abundancia, no hay duda de que el liberalismo impactó en todo el territorio nacional, para bien de unos cuantos, y para mal de la gran mayoría de mexicanos, incluidos los indígenas. Falta por estudiar aún la huella que en las diversas regiones de nuestro mapa dejó este sistema, aniquilando, conviviendo, convergiendo, en varios espacios, con los mundos tradicionales, rurales y urbanos, heredados de la colonia.

Falta por analizar los cambios que también tuvieron las mismas comunidades indígenas, a partir del siglo XIX, en su convivencia beligerante con el liberalismo. Porque si bien hoy hemos palpado la existencia y actividad de estos pueblos gracias al movimiento rebelde del EZLN, también esta misma insurgencia (lo mismo que la investigación histórica y antropológica) ha mostrado que ellos no han permanecido estáticos en el tiempo, sino que se han transformado al mismo ritmo de la historia del otro México.

La gran mayoría de los escritos sobre Juárez han sido apologéticos a su persona, a su actuar y al sistema que ayudó a cimentar. Otros, como los de Bulnes y los libros de texto de la derecha católica mexicana, han sido para denostarlo. Muy pocos textos e investigaciones se han realizado para ubicar su trayectoria dentro de los procesos históricos de nuestro país y de su futuro próximo.

Hoy, podemos empezar la tarea de investigar, de analizar, de reflexionar sobre él, por primera vez, sin presiones ni atavismos ideológicos malentendidos. Hoy estamos en la posibilidad de darle a don Benito, en este festejo de sus 200 años de existencia un regalo inmejorable: por fin conocerle a él y a su México, a su obra y su tiempo. Tal vez conociendo mejor este capítulo y cerrándolo, podamos reconstruir a la nación sobre las bases del reconocimiento de la diferencia.

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